Laylat al Qadr, llamada la Noche del Destino, es la noche más sagrada del calendario islámico, donde los musulmanes intensifican sus oraciones e invocaciones. Sin embargo, hace tres años, durante esa noche, el príncipe de Arabia Saudí, Mohammed bin Salman (MBS), completó su plan para expulsar del cargo a su primo mayor, Mohammed bin Nayef, convirtiéndose en príncipe heredero y obligando al resto de la familia a jurarle lealtad en uno de los palacios reales de La Meca, cerca de la Kaaba.
El contraste entre ayer y hoy es realmente sorprendente, explica en un artículo el director del sitio Middle East Eye, David Hearst:
Hace tres años, el joven príncipe estaba en la cima de su poder. El golpe de estado en el palacio lo había puesto en el cargo. Muchos miembros de su familia que luego encarcelaría se apresuraron a ir a La Meca para hacer una genuflexión ante él y besarle la mano. La Meca estaba llena de fieles. El reino era rico y todos cayeron en la trampa creyendo que un reformador estaba a punto de transformar y modernizar no solo un país atrasado, sino la región misma.
Hoy, y por primera vez en décadas, La Meca está vacía, excepto unos pocos devotos situados a dos metros de distancia.
Detrás de los hoteles de lujo que rodean la Kaaba, miles de trabajadores migrantes están encerrados en barrios bajos con condiciones de vida inadecuadas, con basura en las calles, sin acceso al sistema médico y la tasa más alta de infecciones por la Covid-19 en el país.
La Meca es un símbolo para el resto del país.
En solo cinco años, la deuda externa total de Arabia Saudí aumentó desde 12.000 millones de dólares en 2014 a 183.000 millones a fines de 2019.
Durante el mismo período, sus reservas de efectivo cayeron de 732.000 millones a 499.000 millones, una pérdida de 233.000 millones.
En octubre de 2018, MBS anunció que su principal fondo de riqueza soberana, el Fondo de Inversión Pública, se aproximaba a 400.000 millones de dólares en activos y que esperaba que superara los 600.000 millones en 2020. Hoy solo vale 320.000 millones de dolares.
Cualquier porción de ese dinero habría sido suficiente para restaurar empleos e industria y proporcionar un nivel de vida adecuado para los saudíes.
En cambio, la nación enfrenta un largo período de austeridad mientras sus líderes continúan viviendo en un lujo inimaginable.
Persona non grata
Desde el asesinato del periodista saudí Yamal Khashoggi, MBS ha sido persona non grata en Washington o en cualquier capital europea. El presidente de EEUU, Donald Trump, genera un tsunami de críticas cada vez que se refiere a él como su amigo.
Al menos 20 príncipes están en prisión después de una serie de purgas. Ya no es posible negar que el reino, bajo su control, perdió dinero, influencia, poder y amigos.
El príncipe que podía visitar Londres o Washington ya no puede hacer ese viaje ni siquiera a Silicon Valley, el centro de compañías gigantes de tecnología, donde conoció a poderosas e influyentes figuras en el mundo de la tecnología moderna.
Sí, será el anfitrión del G20 en Riad en noviembre, pero con el colapso en el precio del petróleo la inclusión de su país en este grupo de élite será examinada de cerca. Lo que se puede decir con certeza es que la marca personal del príncipe está muerta.
Pocas personas habrían pensado que la disminución de la riqueza saudí sería tan aguda y rápida.
Source: Middle East Eye