Cuando el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, afirma que él y su gobierno deben tomar medidas de reconciliación con Siria para desbaratar los “planes” que buscan destruir la región y el mundo islámico, y que él no tiene ambiciones en las tierras de Siria y mantiene compromiso con su integridad territorial, muchos se sorprendieron ante lo que supone un enorme cambio de política hacia el vecino árabe.
Esta declaración tiene lugar en un contexto en el que Turquía sufre una crisis económica, que ha golpeado a sus ciudadanos, con la caída del poder adquisitivo y la subida de precios. Esto pone en peligro la reelección de Erdogan en las presidenciales de junio del próximo año en las que la oposición turca planea presentar un solo candidato para disputarle la presidencia. La crisis de los refugiados y el conflicto con las organizaciones kurdas en el norte de Siria ha empeorado la situación y la población turca exige una solución a estos problemas. La oposición turca ya ha ofrecido la suya y es creíble: cooperar con el gobierno de Siria.
Erdogan, sin embargo, no parecía tener una solución a estos problemas. Su anunciada ofensiva contra los kurdos en el norte de Siria no se ha lanzado ni probablemente se lanzará y se ha limitado a algunos choques y bombardeos, que han costado la vida a varios sirios, pero también a una decena de militares turcos. En el plano internacional, la ofensiva ha sido rechazada por Rusia e Irán, dos socios de Turquía en el proceso de Astaná, pero también por varios países occidentales, incluyendo EEUU.
Erdogan ha tratado de romper el aislamiento de Turquía en los últimos años intentando normalizar sus relaciones con Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, que mantenían un enfrentamiento con Erdogan debido al apoyo de este a los Hermanos Musulmanes, una organización prohibida en todos esos países. Sin embargo, mantuvo su relación de hostilidad abierta hacia Siria y su apoyo a los grupos terroristas en Idleb y otras parte del norte de Siria.
Esta política ha sido un fracaso en estos diez años y, pese a los problemas pendientes, el conflicto sirio ya ha terminado con la victoria del presidente Bashar al-Assad y el gobierno de Damasco. Este ha sido el mensaje que los presidentes de Rusia e Irán, Vladimir Putin e Ibrahim Raisi respectivamente, buscaron transmitir a Erdogan en la pasada cumbre del 19 de Julio en Teherán. A partir de entonces, Erdogan comenzó a adoptar un tono distinto. Este no parece ser fruto de la improvisación, sino de un estudio en profundidad de los peligros que amenazan a Turquía y toda la región y que exigen un cambio total de las políticas turcas hacia Siria. En este sentido, Erdogan acusó a EEUU y otras potencias occidentales fuerzas de alimentar el terrorismo en Siria y esto debe aplicarse no solo a los grupos armados hostiles a Turquía, sino también a los que luchan contra Siria.
En la pasada cumbre de Sochi con el presidente ruso, Vladimir Putin, Erdogan y su homólogo ruso discutieron la situación en Siria y llegaron a algunos acuerdos estratégicos para resolver el tema de las relaciones sirio-turcas. Putin propuso la reactivación del Tratado de Adana de 1998 firmado por Ankara y Damasco.
Las declaraciones del ministro de Exteriores turco, Mevlüt Çavuşoğlu, sobre la necesidad de reconciliación entre Turquía y Siria durante un fugaz encuentro con su homólogo sirio, Faisal Miqdad, en Belgrado, fueron una preparación gradual para el retorno al diálogo con Siria y la reconciliación con el gobierno de Damasco.
La normalización de relaciones con Siria no será fácil. La herida causada a Siria en los pasados once años por el gobierno de Erdogan es enorme. La muerte de miles de sirios, la destrucción de ciudades y grandes pérdidas financieras han sido el legado de la política turca en el conflicto y esto no será olvidado ni por el gobierno ni el pueblo sirio. No obstante, el cambio de Erdogan representa una nueva victoria para el pueblo sirio y un golpe para los grupos terroristas a los que Ankara apoya y que están radicados, sobre todo, en la provincia de Idleb, donde en estos últimos días los militantes han quemado la bandera turca por este supuesto nuevo deseo de Ankara de reconciliarse con Damasco.
La estrategia de paciencia y firmeza de Siria, la creencia en la inevitabilidad de la victoria y la lucha hasta la última gota de sangre para preservar el Estado sirio y la integridad del país ha comenzado a dar sus frutos y si el esperado diálogo sirio-turco finalmente cristaliza, esto será otro paso más hacia la finalización del conflicto y la restauración de Siria en sus derechos y en su papel clave en la región.