Siria es el punto central de Oriente Medio y el mundo árabe, sin el cual no hay sabor, olor ni color para las políticas y estrategias trazadas en la región. Siria es ahora la parada deseada por todos los países, ya sean regionales o globales, que quieran influir en Oriente Medio.
En medio de la guerra de Julio de 2006 de “Israel” contra el Líbano, la secretaria de Estado estadounidense, Condoleezza Rice, anunció la “buena noticia” del nacimiento de un nuevo Oriente Medio, pero eso no sucedió. Y después de las agonías de las revoluciones/guerras de la “Primavera Árabe” a lo largo de más de una década finalmente se ha dado el inicio del acuerdo de las potencias regionales sobre la base de unos principios comunes de seguridad y estabilidad.
Desde principios de 2021, han comenzado a surgir esfuerzos serios para sanar las cicatrices y heridas dejadas por las guerras de la “Primavera Árabe”, comenzando con Libia y Siria, hasta Yemen. Y los distintos países de la región comenzaron a adoptar la política de concentrarse en sus problemas.
Assad centró su discurso en la cumbre de la Liga de los Estados Árabes en Yeda el 19 de mayo hablando del papel nefasto jugado por la Turquía de Erdogan en la región: “Pensamiento expansionista otomano injertado con un pervertido sabor de los Hermanos (Musulmanes)”, señaló.
Ankara buscó desertificar a Siria construyendo presas en los ríos que llegan a este último país desde Turquía, y manipuló las fronteras con el objetivo de arrebatarle tierras hasta casi desencadenar una guerra con Damasco en los años noventa del siglo pasado. Terminó en 1998 con el Acuerdo de Adana, en el que Egipto tuvo un papel preponderante.
Luego, Ankara abrió una nueva página con Damasco, en la primera década del presente siglo, pero rápidamente le dio la espalda cuando tuvo la oportunidad de controlar y ocupar territorios sirios, y no dudó en ser la punta de lanza en la guerra que se ha librado contra Siria desde la última década. Su presidente, Recep Tayyip Erdogan, soñaba con rezar en la Gran Mezquita de los Omeyas de Damasco tras el derrocamiento del presidente Bashar al-Assad.
La República Islámica de Irán eligió, por el contrario, el camino de la alianza con Siria desde su creación. En ese entonces, el presidente Hafez al-Assad buscó esta alianza dentro de un proyecto de resistencia y apoyo a las causas árabes frente a “Israel”. El Imam Jomeini se reunió con él al comienzo del camino y juntos construyeron una relación estratégica conjunta de la cual las dos partes aún están cosechando sus beneficios.
Y el cuarto estado regional, Arabia Saudí, no entendió suficientemente a la Siria de Assad, ni en el pasado reciente ni en el pasado lejano. Al principio, el Reino siguió una política de tentación para distanciar a Siria de Irán, y luego abrió el grifo del apoyo ilimitado a las facciones terroristas que han luchado en Siria con la intención de derrocar al gobierno allí.
Después del fracaso del proyecto de derrocamiento, Riad finalmente abandonó la política de conflicto y hoy espera una política de alianza y cooperación con Siria y otros países árabes y no árabes, especialmente Turquía e Irán.
Sin duda, el Reino de Arabia Saudí ha buscado últimamente despejarse de la vestimenta del wahabismo, y, hoy, el príncipe heredero Mohammed bin Salman, el gobernante de facto del Reino, busca la apertura y desarrollar una política ambiciosa de diversificación en sus opciones exteriores, que mira ahora con fuerza al Este. Arabia Saudí se ha convertido en un país prometedor capaz de asumir una posición e influencia en la región acorde con su tamaño y capacidades, que durante mucho tiempo habían quedado oscurecidas por su relación desigual con EEUU.
El retorno de las relaciones saudo-sirias será uno de los pilares de Mohammed Bin Salman para sacar adelante su proyecto árabe. El nivel de acogida que recibió Assad en la cumbre árabe y los esfuerzos saudíes que precedieron su visita para restaurar a Siria a su asiento en la Liga de los Estados Árabes fueron la mejor evidencia de la política abierta de Bin Salman, en un reino cuyas capacidades le permiten desempeñar al menos un papel económico fundamental en la región.
En cuanto al Egipto, el quinto país regional clave, su política se caracterizó por la calma y la sobriedad, y no cortó sus relaciones con ningún país árabe, a excepción de la ruptura con Qatar (2017-2021) en solidaridad con Arabia Saudí, Emiratos y Bahréin. Egipto y Siria tiene una historia común y fueron un solo país en los años 1958-1962. El Cairo se situó en un punto medio, especialmente en lo que respecta a la guerra de Siria, pero el declive de su papel de liderazgo y su preocupación por su situación y sus difíciles condiciones económicas le impidieron desempeñar un papel en la prevención de la escalada de esa guerra.
En los últimos años, tras la entrada de Rusia en la guerra de Siria en 2015, asistimos a un amplio movimiento regional, que comenzó con la coordinación rusa, turca e iraní en las plataformas de Astana y Sochi, con el objetivo de detener la guerra y ordenar la situación en Siria, lo que podría conducir a una reconciliación sirio-turca. El hecho más destacado y sorprendente llegó desde Pekín el 10 de marzo pasado, cuando el presidente chino, Xi Jinping, hizo sonar el silbato de la reconciliación irano-saudí, en la que ya habían trabajado con anterioridad tanto en Bagdad como Mascate.
Este ambiente contribuyó a instar tanto a Egipto como a Turquía a trabajar para superar los obstáculos entre ellos, tras haber transcurrido una década de tensión y distanciamiento entre ambos países. El año 2021 marcó el inicio de la activación de encuentros políticos entre ellos, y Ankara respondió a las demandas de El Cairo, especialmente en lo referente a no convertirse en un refugio o una plataforma para que los Hermanos Musulmanos atacaran al estado egipcio, y también dejó de otorgar la ciudadanía turca a los líderes de la organización.
Las reuniones políticas culminaron con una cumbre de 45 minutos entre los presidentes de los dos países, Erdogan y Abdel Fattah Al-Sisi, al margen de la Copa del Mundo de Qatar 2022 en Doha en noviembre pasado. Sisi siguió con un mensaje de condolencia, el 8 de febrero pasado, a su homólogo turco por las víctimas del terremoto y expresó la disposición de Egipto para brindar todos los aspectos de la asistencia requerida en este sentido.
Luego, su ministro de Relaciones Exteriores, Sameh Shukri, fue enviado a Turquía. El 14 de marzo, el canciller turco, Mevlut Cavusoglu, visitó El Cairo, en lo que fue descrito como una visita dirigida a relanzar las relaciones entre los dos países y acordó con su homólogo egipcio elevar el nivel de las relaciones diplomáticas de encargados de negocios al de embajadores.
Naturalmente, después de ganar un quinto mandato presidencial, Erdogan continuará con la política de eliminar los problemas y completará la política de equilibrio en relación con los ejes internacionales.
En consecuencia, el último obstáculo para completar la serie de reconciliaciones entre los estados regionales activos sigue siendo la relación que se rompió hace cuatro décadas y media entre Egipto e Irán, a pesar de la cercanía de los dos pueblos y la similitud de su cultura y una historia que se adentra en un pasado remoto, así como la ausencia de diferencias entre ellos en tema de fronteras y de conflictos de intereses.
En la actualidad, existe información que se filtró recientemente y que confirma un esfuerzo serio de Omán para restaurar las relaciones egipcio-iraníes, un tema que estuvo en la agenda de la reciente visita del sultán Haitzam bin Tariq a Teherán.
Esto no quiere decir que Egipto solo esté obligado a reconciliarse con Irán, sino que Egipto debe ser consciente de cómo desempeñar su papel en la región, que debe concretarse en el nacionalismo y el arabismo en los que se destacó en la época del presidente Gamal Abdel Nasser. Habrá, sin embargo, que redefinir la región árabe como parte de una región islámica más grande, algo que se adapta a los intereses turcos e iraníes.
Por cierto, hay que decir que el arabismo es un interés nacional egipcio básico, y que, si no existiera, Egipto habría tenido que inventarlo para lograr sus intereses e influencia en su región. En otras palabras, el modelo que Egipto puede presentar es el arabismo y el renacimiento del nacionalismo árabe en forma cooperativa y no en conflicto con otras naciones que rodean el mundo árabe.
En conclusión, si los cinco países de la región mencionados están destinados a reunirse alrededor de una mesa, con la posición geopolítica que estos países poseen y sus enormes capacidades en varios niveles, entonces esto los convertirá en un punto de equilibrio y un punto focal y de decisión en Oriente Medio a la luz de los cambios que se están dando en la región y en el mundo, especialmente el declive del papel estadounidense en la región.
Source: Al Akhbar