El 18 de abril de 1983, los muros de la embajada estadounidense, erigida como un nido de decenas de agentes de la CIA y sus colaboradores que operaban en suelo libanés en connivencia y asociación con el enemigo israelí, quedaron reducidos a escombros, sepultando a quienes se encontraban en su interior. Este sería el primero de muchos mensajes enviados por el floreciente Movimiento de Resistencia Islámica Libanés, que posteriormente se convertiría en Hezbolá, al imperio estadounidense y sus aliados.
Estos ataques, incluido un bombardeo masivo organizado contra la base de marines estadounidenses en el Aeropuerto Internacional de Beirut, finalmente condujeron a la retirada total de la presencia estadounidense en el entonces estado libanés devastado por la guerra. Una presencia estadounidense que, como cualquier otra, no buscaba más que explotar el caos en su propio beneficio, consolidar el poder y forjar alianzas dentro de las altas y bajas esferas del país.
Es tradición que los marines estadounidenses celebren a los caídos en cada campaña que ha librado el ejército estadounidense. Según el coronel retirado de la Infantería de Marina Chuck Dallachie, el Cuerpo de Marines lo celebra todo.
Todo, es decir, excepto Beirut. “Porque fue un error”, dijo Dallachie, quien sirvió allí en 1983. “El Cuerpo de Marines no celebra los errores”.
El presidente estadounidense Ronald Reagan denunció el “cruel atentado terrorista” como un “acto cobarde”, diciendo: “Este acto criminal contra una institución diplomática no nos disuadirá de nuestros objetivos de paz en la región”, como si la paz hubiera sido alguna vez un objetivo de cualquier administración estadounidense, actual o anterior.
Pero no miremos al pasado, la embajada que tenemos hoy en nuestro propio país es prueba suficiente de que nunca hay solo diplomacia escondida tras las puertas de cualquier embajada estadounidense. Hemos discutido con bastante detalle en artículos anteriores cuán grande y expansiva es la embajada de EEUU en el Líbano, pareciéndose a nada más que una base militar. En cambio, hablemos de la verdadera razón por la que la embajada de 1983 fue un objetivo de las mentes estratégicas más brillantes de ña resistencia. Robert Baer, un ex oficial de caso de la CIA que trabajó en Asia Occidental, ha sido inequívoco sobre la verdadera función de las embajadas estadounidenses.
En sus memorias See No Evil, Baer reveló que “toda embajada estadounidense es un nido de espías”, con agentes de la CIA operando bajo cobertura diplomática para reclutar activos, recopilar inteligencia e influir en la política local.
Explicó que el jefe de estación (de la CIA), a menudo la segunda figura más poderosa en una embajada, dirige operaciones encubiertas, mientras que los diplomáticos proporcionan una fachada de legitimidad. Baer, quien sirvió en el Líbano durante la guerra civil, señaló que la embajada de 1983 no fue la excepción, funcionando como centro de comando para monitorear a las facciones libanesas, armar a sus representantes y coordinarse con “Israel”. Sus admisiones confirman lo que los grupos de la resistencia entendieron durante mucho tiempo: las embajadas estadounidenses no son misiones diplomáticas neutrales, sino bases avanzadas para la subversión imperial.
Las propias asignaciones de Robert Baer en el Líbano pusieron al descubierto el papel manipulador de la CIA en la agitación del país. Durante su mandato en la década de 1980, Baer se encargó de cultivar redes de inteligencia, sobornar a señores de la guerra y rastrear movimientos palestinos y de la resistencia, todo bajo la apariencia de trabajo diplomático. En sus memorias “See No Evil”, admitió que la principal preocupación de la CIA no era la estabilidad, sino asegurar que el Líbano siguiera siendo un campo de batalla donde los intereses estadounidenses e israelíes pudieran dominar. Sus misiones incluían armar a milicias de derecha, sabotear la influencia siria y recopilar datos sobre objetivos, actividades que desdibujaban la línea entre espionaje y guerra. Las revelaciones de Baer subrayan una verdad crucial: el atentado de 1983 contra la embajada no tuvo como objetivo a “diplomáticos inocentes”, sino un centro neurálgico de operaciones encubiertas que llevaban mucho tiempo interviniendo en el derramamiento de sangre del Líbano.
En un artículo de Eugene Matos y Adrian Zienkiewicz para la revista Diplomat: “La diplomacia y su protección legal y prácticas, los cables de comunicación y las valijas diplomáticas han institucionalizado parcialmente, aunque solo en teoría, aspectos del espionaje”. A continuación, mencionan varios ejemplos, incluyendo al principio del artículo, de agentes internacionales de la CIA que fueron completamente indultados de cualquier cargo penal por delitos capitales como asesinato, espionaje y por lo que EEUU llama “interrogatorio mejorado”, pero que para el profano simplemente se llama “tortura”.
El artículo continúa analizando los múltiples aspectos del “espionaje diplomático”, detallando cómo las embajadas de todo el mundo, especialmente las estadounidenses, explotan la hospitalidad de sus países anfitriones para monitorear todo lo que hay que monitorear dentro del país. Así pues, considerando los 5.000 empleados de la embajada estadounidense que operan en suelo libanés y la historia tan bien relatada por Baer, ¿deberíamos realmente dudar de su verdadero propósito? No debemos olvidar que la autoridad de Baer en este tema y sus detalles quedan demostrados por su fallida búsqueda de nuestro gran líder y estratega Hayy Imad Mugniyeh, una de las mentes singulares de la resistencia, corresponsable de los tres ataques mencionados aquí.
La búsqueda de Hayy Imad por parte de Robert Baer —apodado por sus rivales el escurridizo “operativo fantasma”— expuso la obsesión de la CIA por desmantelar la resistencia libanesa. En “See No Evil”, Baer relata cómo Hayy Imad, un maestro de la evasión, superó a la CIA en cada intento, utilizando disfraces, comunicaciones cifradas y una red de casas seguras para desaparecer en las calles de Beirut.
La agencia, desesperada por vengarse tras los atentados de 1983, rastreó a Mugniyeh durante más de una década, incluso planeando secuestros y asesinatos, todos los cuales fracasaron. Baer admitió que la capacidad de Hayy Imad para operar sin ser detectado demostró la ceguera de la CIA ante la disciplina y la destreza de la resistencia, una humillante lección de guerra asimétrica.
Más importante aún, su relato confirma lo que el atentado de 1983 indicó inicialmente: “Ningún espionaje estadounidense, por grande que sea, podría aplastar un movimiento arraigado en la voluntad de su pueblo”.
En conclusión, puede que valga la pena examinar las montañas de pruebas que vinculan a las embajadas estadounidenses con el espionaje global para obtener una visión veraz de las realidades de la diplomacia estadounidense, pero basta con escuchar cómo se comportan hoy en día representantes como la diplomática Morgan Ortagus, pues quizá se hayan dado cuenta de que mantener su probada fachada diplomática ahora requiere demasiado esfuerzo. En cambio, parecen haberse relegado a lo que Donald Trump cree que es la diplomacia: insultar a líderes comunitarios, políticos y generales respetados a través de vanas publicaciones en las redes sociales, como hacen los adolescentes.
Source: Al Manar