La victoria del izquierdista Gustavo Petro en las elecciones presidenciales de Colombia deja al desnudo la disminución de la influencia de EEUU en América Latina.
En la primera década de este siglo, Washington puso en marcha el denominado ‘Plan Colombia’ a través de bases, asesoría y entrenamiento militar, así como alianzas con actores irregulares. Después de esta inversión militar sin precedentes, EEUU logró derrotar a las guerrillas pero, a la larga, no pudo evitar que la izquierda llegara al Gobierno.
Por medio de su gran aliado político, el uribismo, los sucesivos gobiernos de EEUU fueron construyendo una pieza útil no solo para lograr “estabilizar” Colombia, sino también como pivote en contra de los avances progresistas de Latinoamérica a lo largo del siglo.
Por ello, con la derrota del uribismo y el advenimiento de una época postbélica, pero sobre todo con el triunfo de Gustavo Petro, EEUU pierde el último bastión que le quedaba en la región. Básicamente a Washington ya no le quedan aliados firmes en el continente, donde avanza la inversión China y florecen los sentimientos antiestadounidenses.
Y no se trata solo de Colombia. El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, se declaró neutral ante el conflicto en Ucrania. Chile, su otrora gran aliado, también caía ante la seducción izquierdista con su nuevo presidente, Gabriel Boric, quien también ganó en medio de oleadas de protestas. En Ecuador, su nuevo aliado apenas puede mantener el poder en medio de fuertes protestas indígenas. Y el Gobierno de México se lanzó a apoyar a Cuba, Nicaragua y Venezuela cuando estos países no fueron invitados por la Administración Biden a la Cumbre de las Américas en Los Ángeles.
Colombia, que era un pedazo de tierra fortificada, aislada de lo que pasaba en el continente, también ha cedido a la corriente izquierdista, algo que nunca había pasado en su historia.
¿Fin a una era belicista de la Casa Blanca?
Si hay algún “perdedor común” en las últimas elecciones de Perú, Honduras, Chile y ahora Colombia –Brasil está por verse en octubre– es la política de EEUU hacia el continente.
Además, la posible nueva relación con Venezuela, que ya asoma Petro, desborda toda la política intervencionista que venía desde el expresidente Donald Trump y que llevaba al país neogranadino a prestar su territorio para acciones concretas contra el Gobierno venezolano.
El Ejecutivo colombiano saliente prestó su territorio para que se asentará una buena parte del “gobierno paralelo” de Juan Guaidó, impulsado por Washington, que llegó a contar con un ‘Tribunal Supremo’, una ‘fiscal’ y un ‘canciller’ simulados que no tenían ninguna función ni mandato pero que eran apoyados firmemente por Bogotá.
Con el triunfo de Petro, todo este sueño de “gobierno paralelo en el exilio” parece haber culminado. Pero no se trata solo de la relación con Venezuela, lo que parece haber culminado es una era belicista apoyada consecuentemente por todos los inquilinos de la Casa Blanca. Aunque, hay que decirlo, el actual parece estar entendiendo esta nueva condición y ya va tomando nota.
El lenguaje del presidente de EEUU, Joe Biden, intenta acomodarse a los nuevos tiempos de América Latina. Por ello, llamó a Petro a las pocas horas de conocerse su victoria.
Washington no puede buscarse más enemistad en América Latina. Esa es la gran enseñanza que le dejan los resultados electorales a lo largo del continente y la postura de los presidentes en la Cumbre de las Américas, quienes ya no ceden cheques en blanco a Washington.
Nuevo orden mundial
El tema es que EEUU necesita su patio trasero. El reciente conflicto en Ucrania implica un nuevo capítulo de la geopolítica que ya se venía macerando.
La globalización, tal como se conoció a la sumatoria del mundo unipolar con el “largo brazo del mercado internacional” que se impuso en el mundo, ha dado paso a una competencia agresiva de diversos capitalismos que están creando sus propias zonas de influencia y, en paralelo, reduciendo la de EEUU.
Después de las estrepitosas retiradas de Afganistán e Irak y el fracaso en Siria, con la alineación económica de India hacia China y Rusia, con la autonomía de la OPEP y los países árabes, el mundo se le ha quedado pequeño a EEUU. Por ello, ahora más que nunca necesita un “patio trasero” estable, influenciable y donde pueda explotar sin tanta competencia los recursos naturales que le quedan más cerca, como el petróleo, el litio o el carbón.
El problema que tiene es que los gobiernos de la región ya no presentan la misma afinidad con sus intereses, mientras las inversiones chinas avanzan sin bloqueos ideológicos.
Desde este punto, Washington ha intentado, con las sanciones, restablecer una “cortina de hierro” contra Rusia y China, pero finalmente se está construyendo un propio límite a su economía, acostumbrada al desplazamiento ilimitado.
En esta nueva situación, el giro a la izquierda de América Latina, y especialmente de Colombia, representa un problema para el país norteamericano no solo regional, sino geopolítico. Y es en este punto donde se comprenden las relaciones cordiales que Biden trata de establecer, por ejemplo, con Honduras e, incluso, su cambio de enfoque sobre Venezuela.
En definitiva, el triunfo de Petro ha terminado de minar las certezas que le quedaban a EEUU en la región y ha profundizado el signo ideológico antiestadounidense que vuelve a nuclear, aunque con diversos matices, a casi toda América Latina.
Source: RT